miércoles, 13 de abril de 2011

Chéjov comentado

        Acometer una reseña literaria de un libro de cuentos de Chéjov tiene, para alguien como yo, algo de insensato, y además me temo que es de escaso rédito bloguero, entre otras cosas porque se mezclaría tras una posible búsqueda en Google en la página 258, como poquísimo, entre centenares de sesudas referencias al autor; algo parecido a hacer una reseña teológica del Nuevo Testamento u otra musical del Abbey Road, ¡qué vas a decir que no esté trillado y que aporte algo nuevo! Parto de esta premisa. Sin embargo, la peculiaridad de este libro publicado por Nevsky Prospect me permite una modesta aproximación a ello. No me tomaré a la tremenda lo del Google.
        Chéjov comentado nos presenta una colección de 16 cuentos del médico ruso, hasta aquí nada nuevo. No se trata de un grandes éxitos, hay de todo, pero además de la calidad que se le supone aporta dos características peculiares y diferenciadoras: cada uno de los cuentos es seguido por un comentario pertinente por parte de un afortunado colega del viejo maestro y además, la obra se presenta en la forma de un libro soberbiamente editado por Sergi Bellver.

        Chéjov nació en 1860 como súbdito del Zar Alejandro II de Rusia. Se sumó a la pléyade de grandes genios nacidos allí que crearon muchas de las obras maestras de los dos últimos siglos. Uno de ellos, Stravinski, en 1939 dijo algo sobre la música rusa que me es de utilidad ahora. Daba seis conferencias dentro de las famosas Charles Eliot Norton Lectures on Poetry, en Harvard, recogidas en el libro Poética musical que ha publicado Acantilado. Allí decía:
        “¿Por qué oímos siempre hablar de la música rusa por sus cualidades de rusa, y no, sencillamente, por sus cualidades de música? Porque es común atenerse a lo pintoresco, a los ritmos curiosos, a los timbres orquestales, al orientalismo, en una palabra, al color local; porque es corriente interesarse por todo aquello que participe de la decoración rusa, o que pretenda serlo: troika, vodka, isaba, balalaika, pope, boyardo, samovar, nitchevo y hasta bolchevismo…”
        Entiendo al maestro y me permito extrapolarlo al resto de la cultura rusa, y a su literatura en particular. Por supuesto, habla de tópicos, los conocidos tópicos. La idea más generalizada, creo no estar confundido, sobre las obras rusas en general, musicales, cinematográficas, y también literarias, es que tratan sobre grandes historias, con aguerridos cosacos de implacable voluntad heroica, palacios versallescos, ingentes masas en la Plaza Roja aclamando o destronando al líder,  estepas desnudas, montones de prisioneros sufriendo lo indecible, y cosas así. De ello nos hablan muchos de sus escritores más reconocidos: Pushkin, Tolstói, Dostoievski, Pasternak, Solzhenitsin, Grossman, etc. Todos escriben de los principios, sentimientos y motores básicos de la vida, pero con mucho atrezzo, me atrevo a decir que el prototipo de novela “tocha” es la novela rusa. Pero Chéjov no participa de ese esquema, y no sólo porque se centrara en teatro y relato corto, sino porque araña los mismos grandes temas desde los pequeños detalles del día a día, los quehaceres de la gente de los pueblos, sus rasgos, su belleza y su fealdad. Extraeré unos pocos ejemplos del libro:
        En el cuento Las Bellas nos habla de la belleza que siempre está presente, incluso en los lugares más desagradables, poniendo voz a un estudiante que, al igual que su abuelo, queda impresionado por la hija de un posadero viejo y feo durante un fatigoso viaje.
        En Casa con mezzanina nos presenta a un joven artista, pintor de paisajes, un perpetuo holgazán, incapaz de entender a una joven preocupada por la justicia social, la actitud de los jóvenes ante los tiranos y las necesidades de los que le rodean. Se enamora de su hermana, otra ociosa como él.
        Principios básicos como el respeto a los demás y el aprecio debido a lo que se tiene antes de perderlo aparecen en El violín de Rothschild, en el que un huraño y egoísta violinista desprecia con saña a los judíos, pero especialmente al flautista de la banda de música en la que esporádicamente toca. Su anciana mujer enferma y muere, lo que le lleva a recapacitar y reprocharse su falta de amabilidad y cariño hacia ella. Desea la muerte, reconoce que su vida está vacía y trata de enmendarlo.
        De insensibilidad social y materialismo estamos sobrados en estos tiempos. Pero de qué manera lo expone Chéjov en Tristeza: nadie se apena de un pobre cochero que, aunque está en el pescante a la espera de clientes, soporta el frío atroz y el mazazo de la muerte reciente de su hijo. En su angustia, necesita que alguien le escuche. Pero sólo lo hará quien nunca le va a entender, mientras  lo alimenta con heno.
        En definitiva, como es habitual en Chéjov, en estos cuentos encontraremos referencias a lo sublime a través de lo cotidiano.
        Más allá de los cuentos, comentaba al principio que lo que diferencia a este libro de otras grandes recopilaciones es el comentario que acompaña a cada uno de ellos; todos, además del pertinente análisis, aportan valiosa información sobre la vida del autor, su estilo, su evolución técnica, anécdotas de su vida y referencias históricas. Incitan a bucear en lo leído,  a releer y a encontrar pequeños detalles que, de otra manera, seguramente se perderían como tesoros enterrados. Debo decir que, en algún caso, mi impulso me ha llevado a leer antes el comentario que el propio cuento, y también funciona. Los autores de los comentarios son Jon Bilbao, Matías Candeira, Luis A. de Cuenca (Dios mío, este hombre está en todos los fregados),  Óscar Esquivias, Ignacio Ferrando, Hipólito G. Navarro, Víctor García Antón, Eduardo Halfon, Juan Carlos Márquez, Ricardo Menéndez Salmón, Elvira Navarro, Salvador Luis, Marta Rebón, Care Santos, Eloy Tizón y Paul Viejo.
        En cuanto a la edición, ya he comentado que nos encontramos ante un libro precioso. Sergi Bellver prologa con gran acierto técnico y emocional en las primeras páginas de un volumen hecho para los que aman este tipo de objetos. Me he visto obligado a forrarlo como los libros de los niños, y no sé si seré capaz de quitárselo algún día, quizá para mostrarlo en ocasiones especiales. No podría soportar ningún rastro sobre las preciosas cubiertas con diseños inspirados en el constructivismo ruso.
        Sería fantástico disponer de proyectos como éste sobre otros grandes cuentistas. No sé, ahora mismo se me hace la boca agua con un hipotético Carver comentado, Saroyan comentado o Bradbury comentado, por decir algunos.


1 comentario:

  1. Hola, Jose, me encanta la reseña. ¿Es posible que, alguna vez, aparezca esa obra en los foendos de la Biblioteca? Obras antológicas como estas son necesarias para pasar ratos agradables. En especial, no sólo con los escritores rusos, sino con todos los grandes autores que merecen ediciones como esta. Gracias por la reseña. Deberías escribir un libro con estas entradas. Son auténticas obras de arte y erudición. ¡Chapeau, Maestro!

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