Este verano, tan bueno y tan malo, me he dejado llevar por ese deseo propio de esta época de romper los hábitos de nuestra vida cotidiana, supongo que porque asignamos un carácter opresivo a la rutina doméstica del resto del año, cuando en muchos casos no podemos negar que nos encanta volver a engancharnos al “calorcito” de nuestras costumbres de siempre (“como en la casa de uno…”).
Pues bien, acudiendo a un viejo rito playero, este verano he vuelto a leer la prensa diaria, en papel me refiero. Y me alegro, porque he topado con algo que fortalece mi pasión lectora y escritora, ésta más débil y con mayor necesidad de refuerzos. Y aquí me encuentro.
Llevaba meses negándome a enfrentarme al muro de las lamentaciones de las noticias diarias del mundo, me valía con un leve asomo a Internet por la mañana o la radio durante el yogurt de la cena. Sé que dentro del perfil del hombre/mujer moderno y culto está el requisito de “lector habitual de prensa generalista”, y el hecho de negarme a ello me ha prejuzgado ante algunos como el clásico tío que leer leerá, pero el As o el Marca. Pero me daba igual.
Porque ni de coña es así. Se trata de un mecanismo de autodefensa al que me obligo ante una coyuntura complicada que me viene encima. Por mucho que sea importante estar al día, a veces para resolver lo tuyo tienes que abstraerte del resto, sobre todo si ese resto es un cúmulo insufrible de malas noticias y estupideces sórdidas, alimentadas por políticos inmerecidos, periodistas-opinadores de perfil bajo y tarados mononeuronales encumbrados al Olimpo mediático. Espero que Dios o quien sea les haga pagar sus guerras infundadas, promesas incumplidas, mentiras calculadas, tertulias chachorras y otros espectáculos sonrojantes.