Este verano, tan bueno y tan malo, me he dejado llevar por ese deseo propio de esta época de romper los hábitos de nuestra vida cotidiana, supongo que porque asignamos un carácter opresivo a la rutina doméstica del resto del año, cuando en muchos casos no podemos negar que nos encanta volver a engancharnos al “calorcito” de nuestras costumbres de siempre (“como en la casa de uno…”).
Pues bien, acudiendo a un viejo rito playero, este verano he vuelto a leer la prensa diaria, en papel me refiero. Y me alegro, porque he topado con algo que fortalece mi pasión lectora y escritora, ésta más débil y con mayor necesidad de refuerzos. Y aquí me encuentro.
Llevaba meses negándome a enfrentarme al muro de las lamentaciones de las noticias diarias del mundo, me valía con un leve asomo a Internet por la mañana o la radio durante el yogurt de la cena. Sé que dentro del perfil del hombre/mujer moderno y culto está el requisito de “lector habitual de prensa generalista”, y el hecho de negarme a ello me ha prejuzgado ante algunos como el clásico tío que leer leerá, pero el As o el Marca. Pero me daba igual.
Porque ni de coña es así. Se trata de un mecanismo de autodefensa al que me obligo ante una coyuntura complicada que me viene encima. Por mucho que sea importante estar al día, a veces para resolver lo tuyo tienes que abstraerte del resto, sobre todo si ese resto es un cúmulo insufrible de malas noticias y estupideces sórdidas, alimentadas por políticos inmerecidos, periodistas-opinadores de perfil bajo y tarados mononeuronales encumbrados al Olimpo mediático. Espero que Dios o quien sea les haga pagar sus guerras infundadas, promesas incumplidas, mentiras calculadas, tertulias chachorras y otros espectáculos sonrojantes.
Pero bueno, a lo que iba. En verano airean las primeras páginas de los periódicos pequeños editoriales de gente de mente despierta y plácida que permiten lecturas sin enjundia agradables en tiempos de asueto. No, no aplica a los tochos que suelta Pedro J. Ramírez en su periódico, como el de hace unos dias con su discurso ante no sé qué universidad sureña al recibir el principal reconocimiento de allí como adalid de la verdad informativa; lo sé, lo sé, el mundo está patas arriba, pero es lo que hay.
Entre otras muchas cosas, me he encontrado con dos artículos que me han parecido magníficos, referidos a lo que nos gusta a los que estamos aquí, las Letras. Son dos maneras de acercarse a la misma verdad con argumentos muy distintos, pero preclaros con la realidad y que suscribo totalmente. Los títulos los definen muy bien: “Olvido y negación del presente” y “No estar al día”. Ambos son del periódico El Mundo.
El primero es de Pedro G. Cuartango (ni idea de quién era este tío, pero ahora con Google esto está resuelto). Pedro clarivé (de clarividencia. Palabra que me acabo de inventar; licencia de escritor) que casi nadie escribe sobre el presente; aunque, a priori, debería ser apasionante, nadie se atreve a contar historias sobre lo difícil que es sobrevivir en todos los sentidos en esta “sociedad esclerotizada por el materialismo económico y la trivialidad del discurso político” (sic). Como prueba de ello, la proliferación de géneros como la novela negra e histórica, que representan escenarios manidos muy lejanos de los nuestros. Atina a decir Pedro que igual que J. Steinbeck y sus uvas de la ira a lo mejor hay alguien escribiendo ahora sobre las contradicciones de las crisis actuales. Quizá lo leamos los próximos años.
Y es que es cierto. En España, todos los libros que te rodean son que si el Medievo, la guerra santa, los espadachines del siglo de oro, la guerra civil. Temas contemporáneos o son libros de autoayuda, que siempre afloran en tiempos duros, o adolescentes hiperliberados pasados de rosca. Y si se aplica el filtro de la calidad, sin relación con las ventas que es cosa del marketing, me temo que la criba es bestial.
Por sacar algo bueno, esta circunstancia ha excitado mi ego para intentar ser yo ese alguien que escribe sobre la realidad de hoy con calidad. Ya veremos, y dicho con toda la modestia del mundo.
El segundo artículo, “No estar al día”, es del Javier Gomá Lanzón (gracias Google, de nuevo). Este, en mi opinión, es para enmarcar.
Este santo varón plantea que la sociedad de masas ha hecho que se banalice el concepto de genio, que muchos se crean con cosas interesantes que decir, que se ponga a escribir sus cositas porque, además, es muy moderno. Algo así en el Renacimiento creó centros del saber, ciudades, monasterios, donde se congregaban sabios y desde donde se dispersaba el saber por esos caminos de Dios. Pero ahora la tecnología, al servicio del “Capitalismo mágico” (sic) ha puesto todo este material a disposición de todos de manera inmediata, a tomar por saco los límites. Y los gurús modernos no ponen supuesta cultura a mansalva en la calle para regenerar el mundo, sino para venderla, sea buena o mala. De modo que se ha creado una “economía de la cultura”, no sé por qué asociada a una supuesta progresía en mi opinión buenista y trasnochada, que se ha manchado de los usos de otros mercados, en los que lo que vale es lo nuevo, lo que vende es lo que suplanta a lo anterior, sin más. De ahí la avalancha editorial de cosas que nadie lee, lamentablemente en algunos casos.
Esto tiene cierto sentido para el mercado de los ordenadores por ejemplo, donde un nuevo procesador siempre es mejor que el anterior, pero no con la Literatura, donde su esencia, el Hombre y la condición humana, ya se inventó y es inmutable. Viene a cuento ahora la sabia frase del maestro Antonio Mairena a sus alumnos: “En la política, como en el arte, los novedosos apedrean a los originales”.
Cuenta el autor algunas cosas más en este sentido, pero lo reduzco a dos frases brillantes que coronan el artículo. Son geniales:
- “¡Basta! Comencemos por extirpar esa pasión mórbida por lo nuevo”
- “Está en su mano pasearse por la mesa de novedades y, suspendiendo la racionalidad del mercado, decirse: ¡qué grande es el número de libros que no necesito!”
Sin falsa modestia, los que me conocen saben que yo me decía esto hace ya tiempo, pero además me lo decía con cierto placer íntimo de pertenecer a una élite, sin afán peyorativo hacia nadie, que tiene la inmensa suerte de valorar lo bueno de algo tan sagrado como es juntar palabras de la manera más adecuada posible. Lo malo es que no tengo tanta suerte en otros ámbitos de la vida, qué le vamos a hacer.
La ilustración es "Lector del diario en la playa", de Juan Diáz Almagro
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