martes, 8 de marzo de 2011

Castellio contra Calvino - Stefan Zweig

Editorial Acantilado
Desde que lo descubrí, hace ya tres años, Stefan Zweig es el escritor que lidera mis preferencias literarias, todavía no he encontrado a ningún otro que cuente las cosas como lo hace él. Y esto lo mantengo tanto en su faceta de escritor de novelas como en la de ensayos y biografías. Y este libro me reafirma en mi opinión.
En este caso el libro se centra en la polémica que surgió entre dos religiosos reformistas, Calvino (uno de los promotores de la Reforma) y Castellio (seguidor del cisma pero con objeciones), sobre todo a raíz del proceso y ejecución en la hoguera del Miguel Servet.
Muchos, a primera vista, podrán recelar de un libro como éste: editorial “rara y sesuda” (Acantilado) y en forma de ensayo ¡sobre religión!, un tema tan “ajeno” a los gustos y tendencias actuales. Pero, como siempre con Zweig, el resultado es muy distinto: la lectura es arrebatadora, con una textura preciosista pero diáfana, que nos empuja a conocer cómo eran los protagonistas, cómo fueron capaces de hacer lo que en el libro se dice.
En 1536 se instaura en Ginebra la religión reformada como la doctrina de la ciudad, del Estado, el único credo permitido. La responsabilidad inicial de ello es del predicador Farel, un fanático de pocas luces pero con mano de hierro. Él arrasa pero no levanta, él ha destruido la religión católica pero no puede construir el nuevo dogma. De eso se encargará Calvino, Jean Calvin, que pasaba por allí. Calvino, aunque todavía joven, ya era una autoridad indiscutible y en poco tiempo convence al Consejo de Ginebra haciéndose con el mando de todo, convirtiendo una república democrática en una dictadura teocrática.
De acuerdo a su método, reclama una obediencia íntegra y hasta la última coma. Sostiene que la Iglesia tiene, no sólo el derecho, sino la obligación de imponer a todos sus miembros una obediencia ciega y de castigar implacablemente a los que incumplan la norma.
Como muestra de su régimen ultra-estricto, obliga a que todos los ciudadanos, en grupos de 10 en 10, juren formalmente el nuevo Catecismo; el que no esté dispuesto a ello se tendrá que marchar de la ciudad. Tanto es así que ésta y otras actitudes de suma rigidez son consideradas excesivas por el Consejo, razón por la que se expulsa a Calvino de la ciudad. Esta situación la aprovecha el antiguo régimen católico para expandirse donde antes fue expulsado, relajando las costumbres de tal manera que, en un efecto péndulo espectacular, a los dos años el Consejo literalmente implora a Calvino que vuelva para poner las cosas en su sitio; después de hacerse rogar un poco, accede. Esta es la puntilla que lleva a Calvino a hacerse el amo absoluto de la ciudad en cualquiera de los ámbitos imaginables.
La moral puritana de Calvino impone la idea de que el disfrute es pecado: ni música, ni órgano en la misa, las campanas en silencio, elimina los días de fiesta, la Navidad y la Pascua; cualquier cosa que suponga diversión y placer para el ciudadano es prohibido taxativamente. Para llevar a cabo esta privación extrema de los derechos de las personas, Calvino emplea la famosa discipline, la “disciplina eclesiástica”. Se establecen las ordenanzas y un servicio de vigilancia, el Consistorio, ayudado por una cohorte de traidores, elemento fundamental de su doctrina, ya que, según Calvino, el hombre tiende al mal, es sospechoso por principio de pecado. De esta manera los habitantes de Ginebra pierden su vida privada, siempre hay alguien vigilando.
Sólo uno se reveló contra su tiranía, Sebastian Castellio. Es un religioso francés que se posiciona a favor de la Reforma, lo que le obliga a abandonar su país huyendo de la Inquisición católica, tras los pasos del gran Calvino.
Castellio llega a Ginebra y pronto es contratado como profesor de la escuela reformada. Allí, además de realizar un gran trabajo como docente, proyecta transcribir toda la Biblia al latín y al francés. Pero la censura impuesta por Calvino, que se considera el único capacitado para interpretar el Libro, lo impide e incluso llega a querer alejarle de Ginebra.
Castellio se enfrenta a la rigidez de los eclesiásticos reformistas liderados por Calvino. Esto supone el encontronazo entre un humanista convencido capaz de actos de heroísmo moral y un dogmático encarnizado dispuesto a  cualquier cosa por defender su poder absoluto. Con argucias miserables Castellio es despojado de todo lo que posee, de su trabajo y su prestigio, llegando a caer en la pobreza y las mazmorras. A pesar de todo, persiste con su traducción y redactando escritos polémicos.
Entonces ocurre algo que indigna profundamente a Castellio y le predispone de nuevo en su lucha contra el terror calvinista. Se trata del proceso de Miguel Servet.
Servet es un español idealista, Zwieg lo califica de quijotesco, que toca demasiadas ramas del saber. Pretende la supresión del dogma de la Trinidad. Esta actitud le convierte en hereje a los ojos de Calvino que, tras un largo y torticero proceso que el libro cuenta de manera electrizante, le lleva a morir en la hoguera. La reacción de Castellio a este asesinato es brutal y le marcará el resto de su vida.
Castellio y los suyos redactan un manifiesto en defensa de la tolerancia y la humanidad titulado “De haereticis”. Para protegerse de la saña de Calvino, tanto el nombre del editor (Martinus Bellius) como el lugar de impresión que aparecen en el libro (Magdeburgo) son falsos. En este documento Castellio desarrolla su tesis de que los herejes no pueden ser perseguidos y castigados hasta la muerte por un delito meramente espiritual, ningún organismo de este mundo tiene jurisdicción sobre este asunto.
Ante este planteamiento, Calvino despliega todos sus recursos, que son muchos y de escasa dignidad, para acabar con el autor de tamaña soflama. Aunque su nombre no aparece sobre el papel, arremete sin compasión contra Castellio, socavando todos y cada uno de los pilares vitales de este “soldado desconocido”. Pese a ello, aún tiene fuerzas y valor para redactar una acusación pública contra el Gran Doctor (Contra libellum Calvini), que, según Zweig, es uno de los más brillantes alegatos contra cualquier intento de acallar la palabra amparándose en la ley.
Castellio es abandonado por todos, nadie tiene el valor que a él le adorna, pero mantiene hasta el último momento su compostura de defensor del sentimiento humanitario hacia sus semejantes. Cerca de ser vencido y eliminado por su enemigo, muere por una complicación estomacal en 1563 a los 48 años.
Como ocurre en muchos casos, la muerte de un héroe apercibe a los que le han conocido de la valía del personaje, siempre demasiado tarde, y su cortejo fúnebre se convierte en una manifestación masiva de respeto. Solo se alegran Calvino y sus acólitos.
En el último capítulo, ya a modo de análisis sociológico, Zweig constata algo que califica como que “Los extremos se tocan”, que se materializa en dos circunstancias:
-  Que en todos los países donde imperó el Calvinismo ha surgido dentro de la idiosincrasia nacional un tipo peculiar: el ciudadano perfecto, ejemplar, el correcto cumplidor, el funcionario perfecto, el hombre de clase media ideal. (el clásico comportamiento cívico del centro-europeo frente al anárquico y libertario del mediterráneo)
-  Por otro lado, del sistema del Calvinismo que limitó la libertad individual hasta el extremo ha surgido la idea de libertad política y así, países como Holanda, Inglaterra y Estados Unidos, tienen gran predisposición a ideas liberales y democráticas.
Este libro, además de su contenido intrínseco que he tratado de resumir hasta aquí, trasluce por su forma de expresarse la personalidad y principios básicos que regían la vida de Stefan Zweig, un humanista convencido y defensor de la negociación entre iguales para resolver los conflictos. Lamentablemente, como en el siglo XVI de Calvino, en el XX se cometieron muchas atrocidades que dilapidaron los sueños utópicos de idealistas que creían en el Ser Humano. Me temo que algo así le pasó al bueno de Stefan. Después de leer este libro uno casi llega a comprender la decisión final que tomó junto a su mujer en Petrópolis, Brasil, suicidarse; seguramente no pudo soportar lo que se le venía encima, algo que, erróneamente, él consideró inevitable y hacía trizas sus ideales: el dominio de la barbarie nazi en el mundo.
Todos sabemos que nunca debió hacerlo, ¡maldita sea, Stefan, cómo fuiste capaz! Hubiera sido genial para todos disfrtuar de más años y más libros del gran Stefan Zweig.

1 comentario:

  1. Muy buen comentario, enhorabuena. Yo tambien me he vuelto un asiduo de los libros de Stefan Zweig. Junto con él, he descubierto también a Herman Hesse, otro escritor inmenso. Un saludo,
    Miguel Ángel

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