martes, 8 de marzo de 2011

Era tan inteligente que carecía de vanidad.* (Sobre un momento imprescindible en la vida)

–Definir al hombre que hoy tenemos con nosotros es muy difícil, hay tantas cosas que decir y están todas tan repetidas por los medios que es imposible ser original. Pese a ello, déjenme contarles su historia  para tratar de aflorar algún dato nuevo. Nuestro invitado, William Midblind, se forjó desde jovencito, apuntaba como buen deportista y estudiante, pero comenzó a impresionar a todos, al mundo entero diría yo, por su talento en el juego del ajedrez. ¿Cómo empezó aquello, Mr. Midblind?
–Tenía 14 años. Mi problema con el ojo me impidió seguir practicando el tenis y me centré en otras cosas, el ajedrez entre ellas.
–Así es, aquel accidente jugando al tenis que le hizo perder la visión de su ojo derecho le quitó algo muy importante pero, de alguna manera, le abrió las puertas del potencial de su cerebro. Con 18 años arrasaba allí donde jugaba y con 22 se enfrentó a Boris Petrovniak por el título mundial. Todos recordamos aquella partida memorable, ocupó los prime-time de todas las TV del mundo y colapsó los accesos a Internet en la retransmisión on-line. Boris, el “Dios Ruso” claudicó desesperado ante el ataque genial de MIdblind que, sin parecer demasiado afectado, recibió las felicitaciones y alabanzas de un Boris desencajado, y luego del resto del mundo–. Todo el público presente en aquel plató de TV seguía ensimismado el discurso del presentador. –Todavía hoy se analiza en los mejores foros la metodología de esa jugada maestra.
William sonrió abrumado por el comentario. Era evidente que  añoraba aquel evento.

–Pero esta dedicación al ajedrez–, prosiguió Jim Clearwater, –no impidió que, gracias a una beca, Mr. Midblind estudiara Medicina en Yale, obteniendo Cum Laude y, además, con la circunstancia de coincidir en el acto de graduación con el estudiante Steve Garrager, actual Presidente de los EE.UU. ¿Qué coincidencia, verdad William?
–Sí, debo admitirlo, la vida a veces te coloca en un lugar que te marca para siempre. Steve y yo somos aún grandes amigos, cada uno en su sitio, por supuesto.
–Efectivamente, la foto de ustedes saludándose como dos nuevos amigos la conocemos todos. Entonces dejó el ajedrez y se centró en la investigación médica, se trataba de resolver algo que le afectaba mucho…
–En efecto, Jim. Mi falta de visión en el ojo me obsesionaba y me centré en buscar una solución, para mí y para muchos otros como yo en el mundo.
–Fruto de aquellas investigaciones, casi en solitario y ante la incredulidad de sus colegas, desarrolló el “EyePlus”, un ojo mecánico que revolucionó el mundo de la óptica y ha eliminado el problema de la ceguera en el mundo.
–No le llames “mecanismo” Jim, permíteme esa falta de modestia. Sí, ya he dicho que estaba obsesionado, mi ojo no funcionaba y me propuse “repararlo”. Lo reconstruí: la córnea y el iris los fabriqué a partir de compuestos químicos sofisticados que se encuentran en la naturaleza. Pero la clave estaba en el nervio óptico, estaba muerto, ¡kaput!–. William hablaba con pasión agitando sus manos. –Hasta que caí en la cuenta de que si reconstruía la vena y la arteria central retiliana, con nuestra técnica de nanocirugía, la sangre quizá daría funcionalidad a la esclerótica, la coroides y el músculo ciliar, que ya tenía clonados a partir de algas marinas. Y así fue. Con los impulsos eléctricos que éramos capaces de producir en el laboratorio todo empezó a funcionar y permitió al EyePlus captar imágenes del exterior y enviarlas al cerebro. Ver, sencillamente ver.
–Uff, casi nada, pero ha eliminado Ud. la ceguera del mundo, Will. Además, por ello fue el primero en recibir a la vez dos Premios Nobel, de Medicina y de Física. No ha habido una ceremonia de los Nobel como la suya…
William estaba azorado, no hizo ningún comentario, por lo que Jim Clearwater continuó hablando.
–Sigo con la historia. Todas aquellas investigaciones se traspasaron a una gran empresa médica que es hoy la que obtiene mayores beneficios del mundo y que son reinvertidos en su totalidad en la propia compañía y en la Fundación Noblind, de inmenso reconocimiento mundial.
–Sí, así es. Creo que es lo que debo de hacer.
–Voy ahora al terreno personal, permítame William. Ud. tuvo tiempo para casarse con Melanie Wadford, una bella mujer que, anoten esto, ¡era una “simple” ama de casa! ¿Cómo fue aquello?
–Bueno, Melanie tenía un familiar con graves problemas de visión. Su proceso de curación nos cruzó y, ya ve, hasta hoy, ¡y espero que por mucho tiempo! Esa simple ama de casa que Ud. dice es el gran soporte en mi vida.
–Tiene tres hijos, los dos mayores han formado familia y tienen, porque así decirlo, una vida “normal”…
–En efecto, dijo William.
–Y el tercero es Robert Midblind, director de la Filarmónica de Berlín. Fue el director más joven en alcanzar la cima del status de director de orquesta en el mundo.
–Mi hijo Bob es el más talentoso de la familia, desde pequeño vivía la música de una manera especial.
–Su maestría la conocemos desde su famoso debut en Londres con la 4ª sinfonía de Bruckner. Nadie, ni el mismo Celibidache, ha llevado tan alto la coda de esa sinfonía como aquel día su hijo.
–Sí, sí, fue algo muy emocionante. Ver a un hijo tuyo dirigiendo aquella máquina perfecta fue algo increíble.
Jim agrupó las hojas que tenía dispersas, golpeó su canto un par de veces contra la mesa y las colocó a su derecha perfectamente ordenadas.
–Bien, Mr. Midblind, admito que esto es un parco resumen de su vida. Como dije al principio, es difícil no quedarse corto y no ser repetitivo. Le pido disculpas por ello.
–Que va, que va, Jim. Ha hecho Ud. muy bien su trabajo.
–Se me ocurre pedirle que nos cuente algún detalle de su vida, aunque sea banal, que nos permita conocer alguna faceta suya aún desconocida por todos nosotros. ¿Qué me dice, Will?
–Pues la verdad es que no sé  Jim, todo está en lo que has dicho, he hecho lo que debía hacer y punto. Bueno, algo sí, ¿podría saludar?
Jim Clearwater se quedó pasmado, no esperaba aquello. –Sí, claro, cómo no, Mr. Midblind.
–Un saludo para Peter, mi primo. Subía yo a la red para rematar de volea y así ganar el partido, pero me dio un pelotazo en el ojo y lo perdí. Le aseguro Jim –dijo mirando al presentador con solemnidad– que allí empezó todo. Te quiero Peter.
*Comentario de Paul Valéry sobre Igor Stravinski

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